Los escucho susurrar mi nombre detrás del vidrio que nos separa.
En sus labios mis errores parecen pecados mortales equiparados a un homicidio sangriento.
Y concuerdo porque la mayoría del tiempo también me detesto. Me detesto tanto.
Solo que a veces, escuchándolos en su delirio de venganza, me dan unas ganas dolorosas de gritarles:
- ¡Pero es que yo no soy así!
Y el grito se ahoga muy dentro, cuando recuerdo que el vidrio que me separa de mi víctima es insonoro.
0 comentarios:
Publicar un comentario