Un perro simula que duerme. La luz inútilmente cálida de invierno toca los ásperos pelos de su cuerpo, todos de distintos colores y tamaños, pues nunca alguno de ellos pudo encontrar un origen definido. El color de su lomo desagrada a los ojos del habitante citadino, acostumbrado a ignorar toda aquella estética que no involucre simetría y pulcritud.
Solo el transeúnte que voltea su vista para confirmar la aparente realidad, después de ver que el cuerpo canino yace al costado de la berma por la que corren máquinas veloces, puede percatarse de que una cara de sueño profundo y un acurrucamiento onírico no hacen más que ocultar la belleza fatal de aquella imagen: por alguna razón más evidente que desconocida, el can ha decidido sacarse el sombrero frente a los humanos mostrando su cerebro en una irónica forma de celebración a la vida. Del hueco sangrante brota solo uno (y perfecto) chorro de sangre que termina por caer acomodadamente en el cemento.
1 comentarios:
Que buen tema, un paso más
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