A su lado, yo me miré los pies. Inconscientemente, acerqué la mirada sobre mi carne y pude ver cómo cada poro de mi piel se abría para botar sudor sucio y salado. Vacío. La imagen era de miles de hoyuelos en mis brazos, piernas y manos por los que todo aquel líquido salía estrepitosamente. Me acerqué más y me percaté de que ahora expelía sangre. Mi cuerpo se transformó en una fuente de color rojizo y olor putrefacto.
Nada qué hacer.
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