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Los tres

Nos sentamos en un banco los tres. Al principio hubo un silencio incómodo. Minutos después, ustedes empezaron a hablar y sus bocas se movían como en un paraíso idílico: belleza y amor. Sus frases enlentecían con cada palabra pomposa que pronunciaban, y sus labios demoraban cada vez más en abrirse y cerrarse. Era como si el mundo hubiera querido reproducir su imagen en cámara lenta sólo para deleitarse con aquella conversación.

A su lado, yo me miré los pies. Inconscientemente, acerqué la mirada sobre mi carne y pude ver cómo cada poro de mi piel se abría para botar sudor sucio y salado. Vacío. La imagen era de miles de hoyuelos  en mis brazos, piernas y manos por los que todo aquel líquido salía estrepitosamente. Me acerqué más y me percaté de que ahora expelía sangre. Mi cuerpo se transformó en una fuente de color rojizo y olor putrefacto. 

Nada qué hacer.

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