Almohada
Y quizás eso eres.
Solo me gusta
Deja que me espante el soplo en la canción
Dulce marcha el fuego en tu corazón
El pulso en mi palma ya tiene su propia voz
Muero yo al chocar
Hoy quien se levanta
Planta tu placenta, empuña el puñal
Muero yo y a quien le toca
Cae y calla cae en coma
Cae y calla todo en coma
Quien le cae su puñal
Penitencia en la paciencia
Se levanta el vendaval
Muero y yo a quien le toca
Cae y calla cae en coma
Muero yo al chocar
Hoy quien se levanta
Planta tu placenta empuña el puñal
Muero yo y a quien le toca
Cae y calla cae en coma
Deja que me vaya por siempre con el viento
Deja que me espante el soplo en la canción
Dulce marcha el fuego en tu corazón
El pulso en mi palma ya tiene su propia voz
El pulso en mi palma ya tiene su propia voz
Heladería
Debía entregar aquel ensayo en 20 minutos. Sabía que seguramente el profesor se enfadaría por el retraso, pero que igualmente reconocería el trabajo, que se supone, ella había realizado incansablemente durante semanas.
Tomó la 403 hacia la universidad, calculaba que demoraba entre 15 y 20 minutos si es que la suerte la acompañaba y más de media hora si es que, según ella, el mundo se ponía en su contra ese día.
Manoseó el fajo de hojas con un poco de nerviosismo, leyó el mismo párrafo 3 veces y se dio cuenta que no lo estaba entendiendo. Por eso volvió a mirar el reloj, hizo una mueca de desagrado hacia un señor que le miraba poco sobriamente sus jeans un tanto apretados, seguidamente se acomodó en aquellos asientos que la dejaban mirando hacia el fondo de la micro.
Pasada la calle Seminario, se percató de que una nueva heladería estaba instalada en una esquina. Sentía sed y hambre al mismo tiempo, una sensación perfectamente saciable por un helado un lunes por la mañana.
La sedujeron los colores de las mesas nuevas en la terraza del local y el olor de las lavandas que adornaban el entorno de la heladería, que entraba por las ventanillas de la máquina andante. Se bajó de la micro y ya no le importaba entregar su ensayo a tiempo. Caminaba hacia la heladería pensando que si tan solo tuvieran helado de mora, su lunes podría ser un poco más perfecto que el anterior.
Llegó a Seminario con Irarrázaval y no había heladería alguna, ni colores vivos, ni menos olor a lavanda, pero ella no siguió su camino hacia la universidad, tampoco a casa.
Fingió que tomaba un helado de moras, el cual recreó con las hojas de su ensayo y caminó lo que le quedaba de vida.